Se dice que la gente que se piropea mucho a si misma lo hace
porque sus abuelos nunca le dijeron lo majos, guapos, educados y buenos
cocineros que son. Así que, en un intento de rellenar ese vacío existencial, ya
se monta uno la historia sobre lo bien que le salen los canelones.
Esa es la magia de los abuelos: siempre ven la parte buena,
se fascinan, son todo oído a nuevas historias y saben adular como nadie.
Partiendo de esta base, ¿no son 25 mejor que 4? Para mí sí.
Por eso, cuando me
surgió la oportunidad de ir al centro de día Amunt, la acepté sin dudarlo. Siendo
una actividad organizada desde la biblioteca, la idea era ir a leer cuentos o
hablar sobre anécdotas, pero cuando llegué y vi la marcha que se traían leer a
secas me supo a poco.
Así es como empezamos
a viajar en el tiempo y en el espacio, hablando del origen del universo, de la
vida de Camilo Sesto, de cómo se hace una buena paella o de fiestas típicas de
la península. Nos hemos vuelto unos expertos en quesos y vinos, en comidas
típicas de Galicia, hemos estudiado
constelaciones y viajado a la antigua Grecia y, sobre todo, hemos aprendido
muchísimo los unos de los otros. Porque todos tenemos mucho que contar, pero
cuando sumas más de 1.000 años de historias y vivencias en una habitación las posibilidades
son infinitas.